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Reflexiones de una mamá psicóloga.
Psicología familiar
Ejerzo una profesión fascinante y bella. Acompañar a alguien que se encuentra mal, a sentirse mejor es tremendamente gratificante, tanto que en nuestro deseo de ayudar a sanar a los demás podemos olvidarnos de nosotros mismos, no hay que dejar de lado que más allá de profesionales también somos personas; personas en constante contacto con el malestar y el dolor ajeno, cuando no con sus traumas.
Esta mañana he visto algo en el metro que me tiene media mañana dándole vueltas. Y me ha llevado a estas reflexiones que os comparto. Evidentemente son personales y se basan única y exclusivamente en mis apreciaciones totalmente subjetivas.
Había una vez en un lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un jardín esplendoroso con árboles de todo tipo: manzanos, perales, naranjos, grandes rosales,... Todo era alegría en el jardín y todos estaban muy satisfechos y felices. Excepto un árbol que se sentía profundamente triste. Tenía un problema: no daba frutos.
Hoy os quiero compartir un cuento escrito por Claude Steiner, Doctor en psicología, discípulo y colega de Eric Berne (creador del Análisis transaccional). Este cuento lo conocí en una de mis formaciones y de vez en cuando me gusta releerlo, me gusta recordar que quiero y necesito "pelusas calientes", abrazos, mimos, complicidad, intimidad. A parte de una crisis económica, estamos en una crisis emocional, crisis de solidaridad, de empatía, en definitiva, de afectos sinceros y de abrazos reconfortantes.