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Hablar de suicidio nunca es fácil, pero es necesario. Las cifras son duras y frías, pero detrás de cada número hay personas reales, familias que quedan desorientadas, llenas de dolor, de preguntas sin respuesta, de culpa y de silencio. Cada suicidio refleja un sufrimiento emocional profundo, una experiencia de desesperanza en la que alguien no pudo encontrar otra salida.
A un hombre se le pincha la rueda del coche al atardecer en una carretera secundaria mientras circulaba en busca de una estación de servicio y cuando se dispone a cambiar la rueda, con las manos llenas de grasa tras haber explorado el neumático, se da cuenta de que no tiene gato.